By Huertas Comunitarias octubre 26, 2017
Recientemente el capellán Pablo Walker entregó distintas razones para explicar por qué se produce la narcocultura, una de las manifestaciones de la pobreza multidimensional, que afecta junto a otros problemas al 20,9% de los chilenos, según la encuesta Casen de 2015.
Y cuando hablamos de pobreza multidimensional no hablamos de personas en situación de calle, sino que nos referimos a aquella pobreza que separa a las familias, encarcela, quita las ilusiones y termina matando a las personas de igual manera. Nos referimos a esa pobreza que tiene a los narcos en las calles, y a las familias junto a los niños encarcelados en sus casas.
Esta realidad, que muchos no ven o conocen, hoy se ha puesto en la palestra gracias al capellán y al trabajo de otros religiosos. Junto a ello, y de cara a las elecciones de noviembre, los conglomerados políticos han comenzado a referirse al tema, mientras que el Gobierno ya salió al paso, dando a conocer una serie de medidas que atacan las consecuencias.
Pero, ¿por qué combatir las consecuencias y no los orígenes del problema?
Cuando se habla de políticas y programas para superar la narcocultura, nos hace cada vez más sentido la necesidad de conocer y entender a los afectados, para desde allí trabajar con ellos y comenzar a superar la situación, mediante la implementación de programas efectivos que reúnan a las personas, en donde se creen verdaderos barrios, y en donde los niños vuelvan a jugar con tranquilidad junto a sus padres en los espacios públicos.
Creemos que ya es hora de devolver a las personas la posibilidad de tener algo tan sencillo como una vida en comunidad y con tranquilidad, pero para ello tanto el sector privado como público deben hacer lo suyo, entregando a modo de ejemplo más opciones para algo tan simple, natural y necesario como que los padres compartan tiempo con sus hijos (está comprobado que eso genera seguridad, y con ello otra serie de beneficios que alejan a los jóvenes de la droga) y, junto a ello, espacios de recreación, actividades comunitarias y programas reales que impacten en la vida de las personas, mostrándoles más opciones que el dinero que puede traer la droga y la violencia.
De la misma manera creemos que quienes hablan de narcocultura y cómo superarla, debería entender y ver, a modo de ejemplo, que en el debate sobre la marihuana no se puede excluir a los niños y niñas que en pleno desarrollo físico y emocional crecen viendo cómo sus padres se relacionan con esta y otras drogas con normalidad, y que, al ser normal, ellos también quieren hacerlo. Es necesario y urgente conocer esta realidad para pensar en este tipo de políticas, que finalmente afectan a los más segregados.
Esperamos que las palabras de Walker y muchos otros religiosos que sacrifican sus vidas por los más necesitados no se pierdan, y que de una buena vez se trabaje sobre el origen del problema, y no en las consecuencias. Creemos que en Chile aún estamos a tiempo de lograr esto, para que juntos podamos salvar vidas y devolverle, a los más segregados, la felicidad y tranquilidad que todos se merecen.